domingo, 5 de septiembre de 2010

LA MUERTE DE PABLO ESCOBAR - Fernando Botero

Fernando Botero. La muerte de Pablo Escobar. 1999. Óleo sobre tela. 58 x 38 cm. Sala Donación Fernando Botero.

En cualquier lugar del mundo donde uno esté si hay una producción de Botero, es imposible no identificarlo. Sus clásicas figuras regordetas lo hacen inconfundible. Cuando en el año 2006 se hizo una muestra suya en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, corrí hacia él, no porque estuviera entre mis artistas favoritos. No ha sido un artista que capturara mi atención en absoluto, siempre me pareció muy repetitivo debo decir, pero me daba simple curiosidad ese vuelco que había experimentado en estos últimos años de incorporar en sus cuadros “la realidad” de la sociedad colombiana. “La muerte de Pablo Escobar” tristemente no estaba en la muestra.

Como fuere, hoy en día, por sobre la inmediatez de la comunicación de imágenes, es interesante que haya pintores que se permitan la interpretación artística de ciertos hechos… que nos propongan su mirada. A veces al realismo de la inmediatez no nos da espacio para la reflexión, mirando un cuadro de este tipo, uno se permite pensar algunas variantes.

Los techos de tejas de las casa aparecen oscuros a primera vista, a medida que se alejan se van iluminando por el sol, en color terracota. Las tejas son de estilo español colonial, redondeadas, antiguas con unas pinceladas blancas sobre ella para demarcar la forma. Toda la vista de la ciudad se corresponde con casas, de paredes blancas y ventanas celestes que llegan al pié de la montaña. Se nos cruza una sola chimenea que emana humo, pequeña, casi ínfima respecto del personaje central de la historia.

Atrás, montañas que rodean la ciudad. Verdes, altas y redondeadas, un tanto opacas, como si estuviera anocheciendo. El cielo está cubierto de nubes, denso, en escala de azules que apenas se figuran por algún celeste que demarca algo de luz.

Escobar es enorme, es una figura gigantesca que cubre toda la ciudad desde las alturas. Está descalzo sobre el techo de la casa con chimenea. Sus pies, con los talones apenas levantados dejan una tenue sombra bordó, del mismo color de la sangre que emana de su cuerpo. El pantalón oscuro llega a sus talones y es sostenido por un cinturón que –si no se mirara con precisión- parece una simple cuerda. Lleva una camisa blanca, completamente desabrochada, que deja su pecho descubierto de frente a las balas. Su cara tiene los ojos cerrados, labios rojo intenso y pequeños, bigotes cortos, una tenue barbilla y su pelo castaño acompañando el movimiento del cuerpo. Sus manos completan el gesto de protección de las balas que vienen hacia él.

En su mano derecha Pablo tiene un arma, pero sus dedos están legos del gatillo. Está cayendo herido por una excesiva cantidad de balas que han dado en sus piernas, torso, brazos… y una en la frente, justo arriba de los ojos. Cada punto rojo en su cuerpo es una bala que dio en el blanco. Hay algunas manchas de sangre, pocas en comparación con lo que aparenta su cuerpo dolorido, como si todo hubiera sucedido demasiado rápido.

Hay algo de especial en el tema del cuadro. Lo primero que me viene a la mente es la “lluvia de plomo”, esa que Escobar prometía descargar sobre quienes no aceptaran la contraoferta: “el dinero”. Y así aparentemente sucedía…

No quiero meterme en la historia de la sociedad colombiana, en sus muertes, en su desgarramiento, ni en sus intentos de superación porque siempre temo pecar de ignorancia. Sin embargo, hay algo en la figura de Pablo Escobar Gaviria que proyecta una imagen romántica. Ese tipo amado por los humildes, que construyó barrios, estadios de fútbol y hacía beneficencia a mas no poder. ¿Por qué lo haría? ¿Tendría que ver con sus orígenes o simplemente el afán de su carrera política? La cosa es que muy pocos personajes delictivos de la historia las hacen de Robin Hood y cuando lo hacen, entran en esa especie de limbo que parece contraponer todo el tiempo al diablo y a Dios. Y es que muchos de los mortales ni siquiera acceden a esa categoría.

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2 comentarios:

luzcaraballo dijo...

Yo le tengo mucho cariño a Botero porque fue el que me hizo "entender" de qué se trata la pintura como arte. Los cuadros jamás me había producido nada hasta que vi los suyos. Entendí también la gigantesca diferencia entre mirarlos en el monitor o en un afiche y enfrentarse a ellos. Las reproducciones no "hablan", los cuadros si. Cuentan una historia, que como ocurre con todas las historias, es distinta para cada observador.
Yo conocí este cuadro en Medellín y la verdad es que es impactante. Personaje polémico, si los hay. Tampoco tengo idea de qué había detrás de su generosidad, pero creo (elijo creer) que había conciencia de pueblo, de pertenencia. Sus ofrendas eran por sobre todas las cosas, útiles. Intuyo una enorme inteligencia y un intento por dar herramientas para progresar a quienes en esta sociedad no tienen derecho a tenerlas. Los paisas lo querían con toda sinceridad y la verdad es que comprendo perfectamente ese amor.
Lo demás son las otras caras de la misma persona. Aprendí que no somos iguales por todos los lados y que normalmente todos tenemos un lado brillante, pulido, admirable... y otro lado hediondo y mohoso, que preferimos ocultar.
Saludos!

Aldana H dijo...

Hermoso comentario. Coincido plenamente. Para aquellos que circulen por allí, paso el link del museo donde se encuentra el cuadro:
http://www.museodeantioquia.org.co/